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«Me gusta la canción como ejercicio de confesión»

Escrito por el 18 de marzo de 2022

Después de cinco discos marcando las pedaladas de una ascensión exuberante hasta la fastuosidad lírica de “Futuros valores” (20), llega el momento de “Ultramonte” (La Synthesis/Humo, 22), un caleidoscopio en el que podemos encontrarnos con todas las diferentes versiones de un Pablo Und Destruktion borracho de ambición y razones para hundir sus colmillos en nuestros oídos.

Sobre su imaginario y las circunstancias que rodean tan sublime grabación, nos habla con su habitual honestidad (brutal).

Tras escuchar “Ultramonte”, si hay una cosa que me queda clara es que estamos ante tu trabajo más ambicioso hasta la fecha, con una épica instrumental que va de las gaitas a la tensión industrial, pasando por los aires fronterizos de temas como “Firmamento”.
El contexto influyó para atinar lo máximo posible y no hacer las cosas porque sí. La idea era tratar de que todo tuviera un sentido y ser muy preciso. También es mi sexto disco y eso aumenta las necesidades de precisión. Tampoco voy a hacer un disco para rellenar, porque ya hay cinco previos. Traté de coger lo mejor de cada casa de los anteriores y aportar algo nuevo. Esto último fue, sobre todo, con la metodología, que tiene que ver con esta casa, que también es sala de conciertos, estudio de grabación, cuartel general del sello, lugar donde, a veces, hacemos tertulias en abierto. Traté de recoger las diferentes facetas musicales que puedo explorar, las ordené en el tiempo y les di una narrativa interna, que he tratado de encriptar para no ser muy evidente. Pero bueno, esas son un poco las claves. Y la metodología fue básicamente montar el estudio en casa, y con los recursos que yo tengo tratar de hacerlo lo mejor posible.

En “Esos fueron los días”, compartes voces con Fee Reega. ¿Qué significó esta colaboración para ti y qué idea tuviste al proponérsela?
Con Fee, estuve cinco años y dimos trescientos conciertos juntos, sin exagerar. Entonces, compartimos mucho, a todos los niveles. Nunca habíamos hecho una canción cantando los dos. Esta canción es la única versión del disco, de una canción rusa que luego se convirtió en “Those Were The Days”. Siempre nos había gustado mucho lo ruso, desde Limonov. Además, la canción habla de la nostalgia de la juventud, de aquellos momentos de omnipotencia juvenil. Quise llevar la canción a aquellas giras que nos hacíamos en unos garitos imposibles de Hamburgo. Nos íbamos a Austria, Polonia, etcétera. Las cosas que ocurrían eran, literalmente, mágicas porque, cuando no tienes dinero, muchas veces aparece la divina providencia para resolver las cosas que el dinero no puedo comprar. Entonces, suceden algunos momentos que son impagables. Literalmente. Ese fue el motivo. Fee y yo llevamos muchos años separados. Ella tiene una cría, ahora nos llevamos muy guay. El objetivo de la canción era afianzar esa reconciliación, por así decirlo. La segunda parte del disco tiene mucho de reconciliación con distintos elementos. La primera es más beligerante, pero en esta primera parte ya se va planteando el castillo y la princesa. Yo me imaginaba el disco como que hay que matar el dragón, ponerlo en vereda. Bueno, tampoco es necesario matarlo. Esto ya te hace consciente de las dimensiones que tiene la torre que uno debe subir. Y luego ahí tienes a la princesa para darle un beso.

«La foto de la portada es delante del Congreso. No me paró nadie. Estaban delante los policías del Congreso, y no me pararon»

Este disco me recuerda a un espació imaginario entre el Berlín de los ochenta y la idiosincrasia asturiana (que no folclore), perfectamente, condensada en “Me gusta cómo eres”.
Está bien el matiz de idiosincrasia, y no tanto folclore. Entre otras cosas, me gusta la canción como ejercicio de confesión. Cuando más sincero soy, más honesto soy y mejores temas me salen. Trato de no negar mi entorno y mi contexto, pero tampoco deconstruir con estos unos relatos muy dirigidos al marketing, como ocurre ahora con algunos movimientos neofolcloristas. En este sentido, el tema de la idiosincrasia me parece muy bien. Es que en Asturias todo es muy soviet. No hay más que ver la historia política que hemos tenido, con las huelgas mineras.

Por cierto, ¿de dónde proviene la inspiración de una portada tan poderosa?
El origen de la portada tiene una simbología interna. Me pillé la guadaña, que es con la yo siego el prado que tengo enfrente de mi casa. Me la compré después de que se jodiera una desbrozadora y de que me dijera a mí mismo “que venga lo que tenga que venir, yo tengo mi guadaña y me busco la vida”. Un día me dio la ventolera y me dije “me la voy a llevar a Madrid, a ver qué pasa” y con eso hacemos alguna foto. Hay algún vídeo por ahí en el que salgo del Banco de España y voy hasta el Congreso de los Diputados. La foto de la portada es delante del Congreso. No me paró nadie. Estaban delante los policías del Congreso, y no me pararon. Esto también es un signo de estos tiempos, de lobos sin dientes. Tienes un toque de queda de seis meses, pero luego sales y no pasa nada. Estamos en una época de sinsentidos continuos. Enfermos sin síntomas, leyes que son ilegales, vacunas que no inmunizan. Es todo lo contrario. Cosas como estas te llevan a la afirmación personal de “yo sigo mi camino, voy para adelante, y pista”. Todo lo que nos rodea es muy fantasmagórico. Esa guadaña también simboliza un elemento de exorcismo y reafirmación: “vamos hacia adelante y que sea lo que tenga que ser”.

Esto que comentas creo que está perfectamente expresado en el videoclip de “Lobito”, con esa atmósfera fantasmagórica y tenebrosa, con esa guadaña que casi parece sacada de las películas de terror del expresionismo alemán. Y con esa hoguera final, quemando esas mascarillas, lo cual creo que simboliza perfectamente todo este sinsentido que me estás comentando.
El videoclip surgió con Álex Galán, que ha hecho una película, “Salvajes”, que se va a estrenar ahora sobre el asunto del lobo en la Asturias rural, que también pasa en algunas zonas de Galicia. Y también representa un poco el centralismo como civilización y lo salvaje como silvestre, que es lo mismo pero más amable. Aunque sea un poco en clave kamikaze asumir la derrota ineludible, hay que librar la batalla. No para ganar, pero sí porque sí.

Uno de los temas que recorre el disco es el miedo a la muerte, acuciado por lo vivido en la pandemia. ¿Hasta qué punto te influyó comprobar esta sensación generalizada a la hora inspirarte en canciones como “Lobito”?
Si tienes ese miedo a la muerte, no se puede hacer ningún tipo de proeza vital, ni siquiera poder tener pareja. Ya no digamos cosas que impliquen más riesgos. La frase tan manida de “sin riesgo, no hay gloria” es así. Entonces, el miedo de cualquier tipo, el miedo a la muerte y una concepción cuantitativa y lineal de la vida elimina cualquier tipo de amplitud. La vida no solo debe ser larga, debe ser ancha. En los momentos de vida ancha, no tienes edad. Son un poco de eternidad. Es un momento de empoderamiento, en el buen sentido de la palabra, de ponerte al servicio de algo. Cuando te pones al servicio de algo, de una ideología política, de tu familia, de cualquier cosa, el miedo a la muerte estorba. Es algo que no permite que esa voluntad de servicio se ejecute del todo. Por eso este miedo se insufla permanentemente. No sólo en la pandemia, sino todo el rato. Por lo menos, desde el 11S no hemos parado de vivir en continuo terrorismo mediático e institucional. O bien, temer al vecino y casi hasta no salir de casa, no vaya a ser que te entren unos okupas. La gente se dedica a criticar la religión católica por la culpa y por el miedo. Es verdad que en lo nacional-católico se potenció mucho la culpa y el miedo. ¿Ana Rosa Quintana o Susana Griso no potencian la culpa y el miedo, y también un montón de movimientos sociales de todo tipo? Entonces, si utilizamos esta crítica para unos, la utilizamos para otros. Por eso yo en el disco trato de resolver en la primera canción el enfrentamiento más directo con el mundo exterior para, a partir de ahí, centrarme en lo que realmente me importa: conservar lo que es valioso, lo que es grande, lo que es virtuoso. Y por eso me centro tanto en el amor. Progresivamente, “Ultramonte” acaba siendo un disco de canción romántica, por llamarlo de alguna manera, pero entendiendo el romanticismo casi desde sus orígenes con los primeros trovadores, como los cátaros, que criticaban al poderoso porque ellos eran trovadores libres, no bufones de corte, y a la vez cantaban a las señoras a las que amaban. Y esa era su vía político-militar y artística.

¿Para mí, “Ultramonte” es un símbolo para escapar de los consensos de comportamiento de la vida urbana, pero cuál es el concepto detrás de un título como este?
Por eso en la portada estamos en la ciudad. No es algo rural ni una reivindicación del agro, ni nada por el estilo. En todo caso, se trata de ir más allá del monte, de ir más allá de lo salvaje. Lo salvaje es lo que nos da miedo. Si vas más allá de lo salvaje, lo que tienes es libertad. Entonces, es una forma de renombrar lo libre y de reivindicar la libertad en unas circunstancias en las que parece que reivindicar la libertad es de derechas. La locura más total. “El bien más preciado es la libertad, luchemos por ella con fe y con valor”, decían en las barricadas. Pues yo trato de seguir con esta metodología. Sin más. Implica fe, implica valor, implica libertad: el bien más preciado que puede tener una persona. Pero como las palabras se gastan, estamos en posverdades, en censuras de todo tipo.
Como término en sí, “ultramonte” no existe. Ultramontano sí que se utilizaba para nombrar a exaltados de todo tipo. El título hace mención al ultramontano, pero hace una pequeña variación que permite rellenar ese significado, ese símbolo.

Retomando la metodología del disco, dentro de una tendencia a producciones más minimalistas dentro de la pandemia, por el hecho de tener que hacerlo desde casa, en tu caso, haces lo contrario.
A mí, ir a un estudio me limita, tiene unos límites temporales, hay otra persona. Hacerlo desde casa, no. Hay canciones que las compuse hace bastante tiempo. Traté de no tener prisa por publicar. Saqué algún single como la canción de Charly García y “Lobito”, hace un mes, pero dejando que eso cociera a fuego lento. Probamos muchos arreglos. Primero hice prácticamente todo yo con sintes, algunos analógicos y otros de software, Luego, los fuimos sustituyendo por instrumentos reales. También traté de tener las tomas de voz y lo que es la estructura de la canción, que tuviera trasgu, duente astur, y sobre esto ir construyendo poco a poco. Para mí, es la forma ideal de trabajar: sin ninguna prisa. Yo sigo grabando todos mis discos con el mismo ordenador. Con este disco, cierro el círculo, ya que he tenido el mismo procedimiento que tuve con el primero, “Animal con parachoques”. Pero diez años después, con todo lo aprendido. He tenido colaboraciones de gente que ha ido tocando instrumentos que yo no podía tocar, aportando algún detalle. Es verdad que, en este caso, lo he tenido todo muy atado. Yo no sé tocar bien el teclado, pero sí lo suficiente para marcar las líneas. Algunas de esas líneas quedaron y otras se sustituyeron por instrumentos reales, bien tocados por gente que domina su instrumento.

Hace unos años comentabas en Scanner FM que sigues la “pasión de la barbarie”, que es algo que, personalmente, creo que, más que nunca, expresas en este disco desde la misma portada, de estética tan Neubauten endemoniada. Pero, seis años después de hablar de ella, ¿cómo te marca creativamente esa pasión de la barbarie?
La conoces, habitas esa barbarie, ves los límites que puede tener.

Ref: Entrevista

Marcos Gendre — 15-03-2022
Fotógrafo — Archivo


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